Son las 12:45. Me siento raro. Pero no es por causa de algo totalmente mundano y por tanto con fácil solución. El paseo de los domingos me espera. Le comento a mi hermano peque que me espere para limpiar la casa, que llegare en un par de horas. El me mira con cara perpleja, pero en el fondo no se extraña, me conoce. Me ducho y me pongo lo primero que veo en el armario. Cojo cuaderno y bolígrafo. Y por supuesto, el móvil. Necesito mi música.
Salgo de casa con cara de mala ostia. Atravieso el Puente de Mundaiz y pienso “Mierda, que de gente”. “Al menos el rio hoy tiene color bonito”. Me siento en un banco concentrándome en la música, un par de lágrimas brotan de mis ojos. Abro el cuaderno, empiezo a escribir y caen un par de gotas del cielo. Por fin, necesitaba la lluvia, esbozo mi primera sonrisa. Ahora en el móvil sonando música celestial.
Sigo en el mismo banco, sintiendo la fina y floja lluvia derramarse sobre mi cabello. Pasa por delante un perrito y como extrañado me observa con los ojos muy abiertos. Para de llover, me levanto y sigo para adelante. Aun confuso, con muchas cosas en la cabeza. Llueve con más fuerza, respiro hondamente disfrutándolo, me siento en mi salsa de nuevo. Y por fin, ayudándome del entorno dejo mi mente en blanco y camino… camino… camino… Mi mente fluye, y lo veo todo; pasado, presente y futuro. Mi mente se aclara. Me encuentro en armonía con el universo.
La intensidad de la lluvia no ha disminuido y encuentro cobijo debajo de un balcón, en el Paseo Nuevo. Abro el cuaderno mientras observo una madre regañar a su hijo, se lo agradecerá en el futuro. Escribo mientras oigo cesar la lluvia. Pero esta vez ya con fluidez, pues ya soy uno con mi mente. No temo a nada. Retomo el rumbo y a medida que penetro mas es el Paseo, siento el viento acariciar mi cara con agresiva dulzura. Ahora ya lo tengo todo. Echaba de menos al viento. Pensamientos no paran de recorrer mi mente, con mi permiso. La semana es dura y no puedo permitirme pelear conmigo mismo entre semana con tanto trabajo de por medio, así que les doy salida de esta forma. Cuanto más me abro a mí mismo, más alejado de mi mismo me siento. Soy un espectador más de mi vida.
Llego a un pequeño mirador y opto por quitarme los auriculares. No hay nada más bonito que el sonar del mar contra las piedras. He llegado a mi destino, a mi lugar preferido en La Tierra. Donde paso y de hecho, he pasado montones de horas mirando olas, como siempre les digo a mis amigos. Es lo único que consigue tranquilizar a la fiera que llevo dentro. Analizo el ir y venir de la marea, en incesante lucha por seguir su camino, segura de que tarde o temprano conseguirá su objetivo. Yo cierro los ojos, y es el viento quien hace lo demás, para transportarme al paraíso. Donde nada se hace. Donde nada se siente. Donde nada te preocupa.
Vuelvo a casa. Son las 15:15, y tras cerrar la puerta de casa. Me aseguro de cerrar también la puerta que me pone en contacto con mi Yo Interior. Hasta el siguiente domingo.
Salgo de casa con cara de mala ostia. Atravieso el Puente de Mundaiz y pienso “Mierda, que de gente”. “Al menos el rio hoy tiene color bonito”. Me siento en un banco concentrándome en la música, un par de lágrimas brotan de mis ojos. Abro el cuaderno, empiezo a escribir y caen un par de gotas del cielo. Por fin, necesitaba la lluvia, esbozo mi primera sonrisa. Ahora en el móvil sonando música celestial.
Sigo en el mismo banco, sintiendo la fina y floja lluvia derramarse sobre mi cabello. Pasa por delante un perrito y como extrañado me observa con los ojos muy abiertos. Para de llover, me levanto y sigo para adelante. Aun confuso, con muchas cosas en la cabeza. Llueve con más fuerza, respiro hondamente disfrutándolo, me siento en mi salsa de nuevo. Y por fin, ayudándome del entorno dejo mi mente en blanco y camino… camino… camino… Mi mente fluye, y lo veo todo; pasado, presente y futuro. Mi mente se aclara. Me encuentro en armonía con el universo.
La intensidad de la lluvia no ha disminuido y encuentro cobijo debajo de un balcón, en el Paseo Nuevo. Abro el cuaderno mientras observo una madre regañar a su hijo, se lo agradecerá en el futuro. Escribo mientras oigo cesar la lluvia. Pero esta vez ya con fluidez, pues ya soy uno con mi mente. No temo a nada. Retomo el rumbo y a medida que penetro mas es el Paseo, siento el viento acariciar mi cara con agresiva dulzura. Ahora ya lo tengo todo. Echaba de menos al viento. Pensamientos no paran de recorrer mi mente, con mi permiso. La semana es dura y no puedo permitirme pelear conmigo mismo entre semana con tanto trabajo de por medio, así que les doy salida de esta forma. Cuanto más me abro a mí mismo, más alejado de mi mismo me siento. Soy un espectador más de mi vida.
Llego a un pequeño mirador y opto por quitarme los auriculares. No hay nada más bonito que el sonar del mar contra las piedras. He llegado a mi destino, a mi lugar preferido en La Tierra. Donde paso y de hecho, he pasado montones de horas mirando olas, como siempre les digo a mis amigos. Es lo único que consigue tranquilizar a la fiera que llevo dentro. Analizo el ir y venir de la marea, en incesante lucha por seguir su camino, segura de que tarde o temprano conseguirá su objetivo. Yo cierro los ojos, y es el viento quien hace lo demás, para transportarme al paraíso. Donde nada se hace. Donde nada se siente. Donde nada te preocupa.
Vuelvo a casa. Son las 15:15, y tras cerrar la puerta de casa. Me aseguro de cerrar también la puerta que me pone en contacto con mi Yo Interior. Hasta el siguiente domingo.
Comentarios
Publicar un comentario