Como tantas otras veces, charlando con Juan en un ambiente distendido salió a relucir el tema de la edad y es que, ¡Que rápido pasa el tiempo! Voy a cumplir 24 años y todavía no he hecho nada en la vida. Le comenté mis inquietudes y su rápida respuesta me rompió los esquemas, pues fue nombrándome hitos que yo había conseguido en la vida, hitos que como bien me afirmaba él, pocas personas a lo largo y ancho del mundo pueden decir que han conseguido.
Claro, yo aun desconcertado le dije que si, que no le faltaba razón pero que al fin y al cabo, no los consideraba grandes conquistas porque no me habían costado sangre, sudor y lagrimas. Pero tras decirlo recapacité y me autocorregí. Decir que no he tenido que esforzarme para lograr esos objetivos es completamente falso. Entonces la pregunta se alza por si sola, ¿Por que demonios no tengo la sensación de haber logrado cosas? La respuesta es sencilla, terriblemente lógica. No siento que haya hecho grandes cosas porque inconscientemente no considero que haya tenido que sacrificar mi felicidad en hacerlas. Es decir, he disfrutado haciéndolas. ¡Eureka!
Ya solo queda preguntarme, ¿Por qué cojones tengo este sentimiento asentado tan dentro de mi? ¿Por qué relaciono mi éxito en la vida con el estar estresado hasta las trancas y no tener tiempo ni para echar una pachanga con los amigos? Porque la cultura de esta sociedad dice que sin sacrificio no hay recompensa ¿He sacrificado yo algo? No. He ahí el quid de la cuestión. Y sin embargo, según mi conversación con Juan parece ser que he logrado bastantes victorias.
La sociedad, inducida por el poder de las grandes corporaciones afirma que si no te atas con cadenas a las obligaciones de la vida, como por ejemplo al trabajo, y si no vas por la calle serio, concentrado y queriendo aparentar que eres el puto amo, es que eres un vago de la ostia, un pasota, casi un anarquista. Yo no concibo la vida de esta manera ya que se puede ganar doblemente si no solo consigues tus objetivos, sino que lo haces desbordando alegría existencial.
Y me remito a enseñanzas que me ha dado la vida y concretamente, el Camino de Santiago. La felicidad no se encuentra en la meta, sino en el camino hacia ella. Y quien no lo tiene interiorizado de esta manera, debe tener cuidado pues puede introducirse en una espiral desenfrenada donde su único objetivo en la vida sea cumplir sus metas a toda costa sin pararse ni siquiera a disfrutar de sus temporales victorias. Convirtiéndose en un esclavo de esta alocada sociedad, en que las élites mundiales nos lo han impuesto tan sutilmente, que ni siquiera nos hemos inmutado.
Alejo, estoy totalmente de acuerdo. Además si te empecinas en esa primera meta, no te desvías al caminito que a lo mejor te depara algo increible...
ResponderEliminarTe puedes perder muchas cosas.
Saludos
Que razón tienes Kristina.
ResponderEliminarLa ilusión de control que creemos tener en el mejor de los casos te ofrece una vida llana, aburrida, sin estímulos... y en el peor, te la puede llegar a a destrozar si no has aprendido a convivir con los imprevistos.
¡Un saludo!
Ciertamente Alejo parece que sin el castigo o el auto-castigo no se consiguen las cosas, sin embargo yo pienso que el gran logro está en poder alcanzar lo que nos propongamos disfrutando de ellas y por supuesto del camino hasta poder alcanzarlas, y ese es el secreto de la felicidad ...
ResponderEliminarUn abrazo