Las artes son realidades de difícil descripción, algo que desde antaño no ha ayudado a su entendimiento. Sin embargo, ante la artificialidad que impregna todo cuanto conocemos, tiene más de real que la vida. Nuestras historias suceden en un mundo artificial en el que todavía no se sabe a ciencia cierta, si forma parte esencial de la evolución humana o simplemente responde a los intereses de unos pocos accionistas en el sistema.
En el afán del ser humano occidental de sentirnos poderosos, desterramos a los dioses existentes al infierno y nos colocamos en su trono, limitándonos desde ese momento a vivir nuestra vida excluyendo de ella todo lo que no nos gustase o conviniese, llegando incluso a vender nuestra alma a cambio de ropa fabricada por niños esclavizados.
La muerte fue vilmente desterrada de nuestros miedos ancestrales. Ya no se la teme, o al menos hemos decidido no tenerla en cuenta. Fumamos, bebemos y malcomemos en un sucio intento de desprestigiarla. Sin embargo, como aquel sabio conocedor de su ignorancia que se ríe del que cree saber, ella mira a otro lado y sonríe a escondidas.
El amor es de otra época menos racional pensamos en nuestro interior. Aunque quizás quienes seamos menos racionales ahora seamos nosotros. El amor choca frontalmente contra nuestro ego y engrandece nuestros miedos. No es de extrañar que huyamos de lo que es superior a nosotros, el ser humano hace ya tiempo que perdió la fortaleza sentimental capaz de luchar contra Goliat y vencerse a sí mismo.
La intensidad de las emociones llena de vida la fuente de la eterna juventud que todos llevamos dentro. Fuente que tan continuamente nos esforzamos en derramar por el camino. Sin embargo, una vez derrochada la oportunidad natural que poseemos de experimentar emociones, acudimos a drogas y ansiamos el sexo con la intención única de sentir que vivimos aquí y ahora. Absurdo. El arte es el más vivo espejo de la humanidad y como tal, nos tiende a gustar en alguna de sus variadas formas, ya que nos hace sentir lo que por naturaleza somos y estamos empeñados en expulsar de nuestra alma.
Historias teatrales de corruptos caballeros y leales escuderos. Hábiles pintores y criados rebeldes. Dementes estrategas y curiosos forasteros. Somos nosotros quienes estamos actuando en la obra. Al igual que la música que escuchamos contiene parte de nuestro espíritu o que la literatura que nos conmueve narra nuestra historia. Abriendo y desarrollando nuestra emotividad, incluso hasta esas pinturas que tan vulgarmente criticamos en los museos pueden susurrarnos al oído historias plagadas de vivo sentimiento.
Toda forma artística es pura por naturaleza. Es realidad intrínseca de la vida. Realidades que colectiva y conscientemente insistimos en esquivar y que individual e inconscientemente buscamos experimentar para darle cuerda a nuestras vidas. Incongruencia que nos perseguirá hasta el final de nuestra obra, o quizás con un poco de suerte, hasta despertar.
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