Lo primero, disculparme por la extensión de la entrada. Sé que es muy pesado a menudo embarcarse en tal vorágine de palabras y mantenerse cuerdo, pero es difícil resumir y a la vez explicar las tesis de un libro tan lleno de información interesante.
Lo que sentimos está determinado por elementos coyunturales y estructurales. Coyunturales son los que cambian continuamente: la situación real, mis intereses momentáneos, el estado en que me encuentro. Los estructurales son más estables y se refieren a lo que con gran vaguedad llamamos temperamento, carácter o personalidad.
Desde otro punto de vista, se podría decir que lo que sentimos lo determinará nuestro balance sentimental, que no es más que la interacción entre los siguientes cuatro elementos: La situación real, los deseos, las creencias y expectativas, y la idea que el sujeto tiene de sí mismo y de sus habilidades.
Parece lógico pensar, que al sujeto le invade un sentimiento en el momento en el que un hecho choca con sus deseos y proyectos. Si nosotros “pasamos” de los menos favorecidos, ¿acaso nos importará que se mueran 35.000.000 de personas al año por hambre? No.
De la misma manera, lo siguiente es obvio, aunque triste. ¿No es triste acaso que las creencias que nos hayan inculcado de pequeños o que hayamos obtenido de nuestro alrededor más cercano nos afecten y sobretodo, dirijan, hasta el momento de nuestra muerte? Y más teniendo en cuenta lo profundamente arraigadas que están en nosotros, por definición.
En la idea que cada cual tiene de sí mismo o de la evaluación del yo, es donde más me voy a detener puesto que es, con creces, la parte más interesante. Si yo me siento completamente feliz por lo que soy, jamás tendré un sentimiento de envidia hacia lo que ha conseguido ser otro. Y de nuevo nos ocurre que algo sumamente lógico, pueda tener terribles repercusiones, puesto que de lo que pensamos de nosotros mismos, depende gran parte del éxito que tengamos en la vida.
El yo está implicado en todos los sentimientos. Los sentimientos hacia nosotros mismos, el modo como evaluamos nuestra eficacia, o nuestra capacidad para realizar tareas o enfrentarnos con problemas, no es un sentimiento más, sino que va a intervenir como ingrediente en múltiples sentimientos. El modo de contarnos nuestra vida va a determinar nuestros sentimientos.
Da la impresión de que nuestra energía no es una facultad constante, sino que depende de lo que pensemos sobre nosotros. Si me considero incapaz de hacer algo, me va a costar mucho trabajo hacerlo, si es que puedo.
Pero, ¿Qué determina lo que pensamos de nosotros mismos? ¿Qué determina la intensidad con la que sentimos las emociones? ¿Qué determina lo que somos? La memoria.
La noción de memoria está tan desbaratada que tengo que dedicar unos párrafos a ordenarla. La memoria no es un archivo de información. La memoria es una estructura neuronal capaz de asimilar información, cambiar al hacerlo, y capaz también de producir o reproducir las informaciones. Es un conjunto, pues, de hábitos operativos que intervienen en todas nuestras conductas intelectuales, afectivas, motoras. Vemos desde lo que sabemos, comprendemos desde lo que sabemos, actuamos desde lo que sabemos, creamos desde lo que sabemos. Pero este saber es, sobre todo, un saber hacer. Lo que normalmente se considera la única función de la memoria – repetir la información – es sólo una de sus funciones, y de las más pobres. No tenemos memoria, sino que somos memoria.
Y por último, vamonos a la parte que más me ha impactado. No solo por la simpleza y claridad con la que explica “lo que somos”, sino por la lógica empleada en todo momento por José Antonio Marina.
Llamaré temperamento a los determinismos biológicos, carácter al contenido aprendido – lo que he llamado memoria personal, que incluye la idea que tenemos sobre nosotros mismos, el self – y personalidad al resultado final de nuestra vida, a nuestro estilo de conducta.
El temperamento y el carácter causan las ocurrencias del sujeto. Son sistemas que producen información. Forman lo que he llamado “yo ocurrente”, y entre sus ocurrencias se encuentra la idea que el sujeto tiene de sí mismo, el self, que va a servir de intermediario entre el carácter y la personalidad.
La personalidad, en cambio, es un estilo de obrar. El carácter de una persona puede ser cobarde, pero su personalidad valiente. Es la dialéctica entre el yo ocurrente y el yo ejecutivo, entre las ocurrencias y los proyectos, entre los determinismos y la libertad, lo que constituye la personalidad. Un proceso pues, disputado, accidentado, complejo, emocionante, arriesgado, porque los elementos estructurales – temperamento y carácter- son muy poderosos. Y el yo ejecutivo tiene que negociar la libertad con ellos.
Me parece super interesante instrospeccionarse sobre nuestro temperamento, carácter y personalidad. Sin ninguna duda nos servirá para conocernos un poco más a nosotros mismos y en un futuro, sacarle utilidad a nuestros nuevos conocimientos cuando nos “invada” algún sentimiento indeseado. Que es de lo que se trata, de vivir de la manera más autónoma posible donde no seamos esclavos de nuestros sentimientos y en muchos casos por tanto, condenados al fracaso y a la infelicidad. Cierra la entrada, Marina.
Tengo la esperanza de que si conociéramos bien las partidas del balance sentimental, tal vez podríamos dirigir de alguna manera nuestra vida afectiva, desprendiéndonos de los sentimientos que hacen insoportables nuestras vidas: el miedo, la depresión, la envidia, la angustia.
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