El atlas de las nubes es una novela que da la vuelta al mundo y recorre desde el siglo XIX hasta un futuro apocalíptico, a través de seis historias entrelazadas.
El relato se abre en 1850 con el regreso del notario estadounidense Adam Ewing desde las islas Chatham a su California natal. Durante el viaje, Ewing traba amistad con un médico, el doctor Goose, que comienza a tratarle de una extraña enfermedad causada por un parásito cerebral… Repentinamente, la acción se traslada a 1931 en Bélgica, donde Robert Frobisher, un compositor bisexual que ha sido desheredado, se introduce en el hogar de un artista enfermizo, su seductora esposa y su núbil hija… De ahí saltamos a la Costa Oeste en la década de los setenta, cuando Luisa Rey destapa una red de avaricia y crimen que pone en peligro su vida… Y, del mismo modo, con idéntica maestría, viajamos a la ignominiosa Inglaterra de nuestros días, a un superestado coreano del futuro próximo regido por un capitalismo desbocado y, finalmente, a Hawai, a una Edad de Hierro post-apocalíptica que corresponde a los últimos días de la historia.
Sin embargo, la historia tampoco termina ahí. La narrativa vuelve, como si de un bumerán se tratara, en el tiempo y en el espacio hasta el punto de partida recorriendo, en sentido inverso, la trayectoria trazada. Durante la travesía, Mitchell va revelando los lazos que unen a personajes tan distintos, el modo en que se entrecruzan sus destinos y la forma en la que sus almas se desplazan a través del tiempo como las nubes por el horizonte.
Fuente: El atlas de las nubes.
Resumidamente: el libro trata sobre como nuestras acciones repercuten en los demás a través de los tiempos. Carece de ritmo, pero David Mitchell lo compensa con gran calidad literaria a través de perfectas descripciones sociales de los diferentes periodos históricos donde se mueven los personajes y mediante la adaptación del registro literario al año en el que transcurre la historia y el nivel intelectual de quien la narra.
Tumbado en el fondo de la canoa, veía balancearse las nubes. Las almas surcan las eras como las nubes los cielos, y aunque las nubes cambien continuamente de forma, color y tamaño, una nube siempre es una nube, y un alma siempre es un alma. ¿Quién sabe de dónde vienen las nubes y dónde estará el alma mañana? Sólo lo sabe Sonmi: el este y el oeste, la brújula y el atlas, sí señor, el atlas de las nubes. Zachky – Año 2321.
¿Pero cuál es la esencia del libro? ¿Qué es lo que quiere trasmitirnos Mitchell?
Que cada uno de nosotros somos héroes todopoderosos. Héroes que no solo tienen en su mano su propio destino, sino que también tienen el destino del mundo. Que somos capaces de erradicar el hambre del mundo. Capaces de abolir de una tacada todo prejuicio contra cualquier ser. Capaces de derrocar la injusticia. Capaces de hacer sonreír a cada niño del planeta en vez de saberlos morir.
Tanto física como psicológicamente hablando somos omnipotentes. Y sin embargo, nos parecen tan distantes ambos términos el uno del otro. Físicamente en cien años seremos capaces de cambiar cualquier rasgo de nuestro cuerpo en minutos mediante rápidas cirugías, podremos elegir nuestros bebes a la carta y podremos clonar humanos a tutiplén. No obstante, todo parece indicar que no habremos sido capaces de controlar nuestros impulsos, de manejar nuestras emociones, de tener nuestros egos a raya, de construido una paz perpetua a través de los tiempos. De actuar de forma ética en nuestras vidas.
Si bien, la mayoría de las consecuencias de una acción son recogidas poco después de realizar dicha acción, las hay no solo de consecuencia tardía, sino de consecuencia permanente en el universo. Pues nuestras acciones de alguna manera son eternas. De cada acto depende el mañana en la Tierra. En cada acto decides su futura destrucción, o su salvación y eterna dicha del ser humano.
Me dio una respuesta exhaustiva mientras nos adentrábamos en el campo a bordo del ford. Te hago un resumen para la antífona, Archivista. Nea So Copros se está envenenando ella sola. La tierra está contaminada; los ríos, sin vida; el aire es tóxico, y los alimentos están cargados de genes malignos. Los fármacos indispensables para contrarrestar estas deficiencias no están al alcance de los estratos inferiores. Las franjas de melanoma y malaria avanzan hacia al norte a una velocidad de cuarenta kilómetros al año. Las Zonas de Producción de África e Indonesia que satisfacen la demanda de las Zonas de Consumo son inhabitables en un sesenta por ciento. La legitimidad de la plutocracia, su opulencia, se está agotando; las Leyes para el Enriquecimiento promulgadas por la Juche son simples esparadrapos cuando lo que hay son hemorragias y amputaciones. La única vía de salida que les queda es la estrategia típica de los ideólogos en bancarrota: la negación de la evidencia. Los purasangres de los estratos inferiores se hunden en los pozos de infrahombres mientras los ejecutivos repiten como loros el Séptimo Catecismo: «El valor de un Alma viene dado por los dólares que contiene». Sonmi 451 – Año 2144.
Si hoy actúas por sucia ambición capitalista o social, los ecos de tus acciones se verán reflejados en un futuro no excesivamente lejano. Un futuro al que día a día nos estamos acercando, donde bajo ese manto de corrompidos valores democráticos y tras la etiqueta de seres civilizados, se esconde lo que realmente mueve el mundo detrás del telón. Ambición, codicia, lujuria, egoísmo, guerra, odio. Los ecos de tus decisiones son como piedras lanzadas al océano, independientemente de donde caigan, crean ondas expansivas que arrastran hacia el infinito el resultado de tu acción.
¿Es que el ser humano no tiene salvación? Negros arrancados de sus familias para convertirse en esclavos. Nativos maltratados, corrompidos y asesinados en masa. África robada, expoliada y prácticamente regalada a dictadores. Niños utilizados en la guerra. Gente pobre abandonada a su suerte. Asiáticos explotados por empresas occidentales.
Todo lo sabían los habitantes del pasado sobre dichas prácticas humillantes, y lo aceptaban. Mucho sabemos los de ahora sobre lo que ocurre en la actualidad, y al no condenarlo, lo estamos igualmente aceptando. Y los del futuro indudablemente seguirán la senda que les estamos dejando. La cosa es tan sencilla como lo siguiente: ningún ser humano debe vivir bien a costa de que otro viva mal. Hemos dejado que los medios de comunicación, las marcas comerciales y las medias verdades presentes en cada rincón de internet nos laven la cabeza, y asistimos impasibles a este teatro del horror. El capitalismo no es el problema, sino los valores repugnantes que actualmente se esconden bajo esa mascara.
Qué curioso. El poder, el tiempo, la gravedad, el amor. Las fuerzas que de verdad mueven el cotarro, son invisibles. Milton – Año 1973.
Cuando al viajar a un país poco favorecido, no solo se nos llena el alma de pena, sino que no pudiendo soportar lo que vemos, montamos el pifostio padre argumentando lo injusto que es la vida mientras lloramos desconsoladamente y le preguntamos por qué a Dios, demostramos lo poco que nos han preocupado y nos hemos parado a pensar en los demás hasta ese momento. No somos culpables de nacer donde hemos nacido. Nos ha tocado vivir bajo una determinada cultura y nivel socioeconómico; pero hemos de intentar ser siempre omniconscientes del resto de personas, no hemos de vivir ocultándonos que existen.
Nosotros somos el producto de lo que la raza ha sido y se ha convertido durante la historia. Cuando nacemos, nos educan y crecemos; no somos más que el resultado de la historia y evolución del ser humano. Por el contrario, cuando maduramos, evolucionamos y morimos, lo que dejamos es un legado propio en el pozo de la eternidad. Punto de partida de nuevos seres llenos de ilusiones.
- Ah, estupendo, Adam… ¡Sentimientos liberales! ¡Pero a mí no me vengas con monsergas de justicia! ¡Vete a Tennessee montado en un pollino y ponte a convencer a esos palurdos sudistas de que en realidad son negros pintados de blanco y de que sus esclavos son blancos pintados de negro! ¡Vete a Europa y ponte a decirles que los derechos de los esclavos del imperio son tan inalienables como los de la reina de Bélgica! ¡Ah, terminarás pobre, canoso y ronco en las reuniones del partido! ¡Te escupirán, te dispararán, te lincharán, te aplacarán con medallitas y los paletos te despreciarán! ¡Te crucificarán! Ingenuo y soñador Adam. Quien osa desafiar a esa hidra de cien cabezas que es la naturaleza humana lo termina pagando con espantosos sufrimientos, ¡y su familia también! ¡Y cuando exhales el último suspiro, sólo entonces, te darás cuenta de que tu vida no ha sido más que una minúscula gota en un océano infinito!
- Y sin embargo, ¿qué es un océano sino una multitud de gotas? Adam Ewing – Año 1849.
Soy consciente de que la tristeza, debido a mí pobre calidad literaria, no es un sentimiento que con palabras pueda expresar o trasmitir como quisiera. Por ejemplo en televisión, de manera deshonrosa, cuando desean llamar nuestra atención, no tienen más que soltarnos una pila de cadáveres pintorescos en pleno horario infantil, abusando irresponsablemente de imágenes que está demostrado, provocan daños irreparables en las mentes de los críos. Sin embargo, algo os he de decir: quien leyendo esta entrada, es capaz de cerrar la pagina sin que le surja algún tipo de pensamiento o sentimiento apenador, que se lo haga mirar, porque es posible que tenga de ser humano lo que yo de guapo.
Macuerdo que respondió: Sí, los Antiguos dominaron las enfermedades, las distancias, las semillas e hicieron de los milagros algo normal y corriente. Sólo no lograron dominar una cosa: la avidez del corazón humano, sí señor, el deseo de tener más y más. ¿Más qué?, le pregunté. Los Antiguos lo tenían todo. Pues más truquivaches, más comida, más velocidad, una vida más larga, una vida más cómoda, más poder. El Mundo Entero es grande, sí señor, pero no lo bastante para esa avidez que llevó a los Antiguos a desgarrar los cielos y sulfurar los mares y envenenar la tierra con átomos enloquecidos, y a jugar con semillas podridas basta que estallaron nuevas epidemias y los gurruminos empezaron a nacer mostrificados. Al final, primero despacito, luego fulmirápido, los Estados se convertieron en tribuses bárbaras y la Edad Civilizada terminó en todas partes menos en algunos rincones desperdigados, donde brillan con luz trémula los últimos rescoldos. Meronima – Año 2321.
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