Ante la situación final descrita en la anterior entrada, Epicuro se muestra como el filósofo de orden terrestre. Explica que el error práctico que se esconde en cualquier intento de teoría política anterior está en que arrastran determinados compromisos con aquella forma de lo real, que es precisamente lo que hay que superar. Restos mitológicos.
Epicuro decía: “Feliz tú que huyes a velas desplegadas, de toda clase de cultura”. Toda la cultura tradicional es solo objeto de rechazo, lastre que nos conduce a la infelicidad, olvido de esa inmediatez donde se encierra todo bien. No se negaba con ello a la cultura del logos y del raciocinio pero insistía en el hecho de que esa cultura había establecido “valores”, dejando que muchas veces flotasen sobre la realidad, ensombreciéndola, en lugar de clarificarla.
Entendámoslo. No estaba en contra de la sociedad. Simplemente entiende que si bien en esta vida hay que esforzarse, en la medida de lo que se pueda en actuar “sabiamente”; ni la cultura presente, ni lo establecido anteriormente como valores deben interceder en tu manera de ver la vida, pues pueden no ser más que una traba en tu evolución como ser humano.
Por eso el enfrentamiento epicúreo a lo que llama las vanas opiniones: “el que pone el oído a la naturaleza y no a las vanas opiniones será siempre autosuficiente. Porque en relación con aquello que por naturaleza es suficiente, la más mínima adquisición es riqueza, y en relación con los deseos ilimitados la mayor riqueza es pobreza.
El hecho, sin embargo, de que fueran precisamente los intereses de cuerpo y del placer, disimulados entre ellos los que en el fondo de la ideología más endulzada, se ocultaban, mostraba la verdad esencial de la revolución epicúrea. Este ataque frontal a las vanas opiniones, denostaba el viejo y ya casi naturalizado artilugio que a través de la historia seria conocido como doble moral, doble verdad y a consecuencia, único engaño.
Pensemos en Libia, nos servimos (pues no olvidemos que España está dentro) de razones puramente altruistas, entre las cuales se encuentra el respeto por la vida que todo ser humano tiene y que Gadafi no ha respetado, para invadir un país al cual, ¡España ha estado vendiendo armas a raudales a sabiendas del destino de las mismas!. Epicuro supo anticipar este tipo de movimientos políticos, donde “los ideales humanos” no esconden más que intereses mundanos y egoístas.
El más grande fruto de la autarquía, de la autosuficiencia, es la libertad. El gozo solo podía brotar de esa autarquía, de ese incesante combate contra las palabras sin sustancia, contra las apalabras “armas ideológicas”, contra la dependencia del poder de los otros que como en el mito de la caverna platónico, encendían el fuego, que solo proyectaban sombras en el fondo de la caverna ante los ojos inmóviles para siempre, de los prisioneros.
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