La amistad. Es una de tantas palabras deslucidas, teñidas de corrupción y por supuesto, víctima de la doble moral, tan de moda hoy en día.
Aunque pueda parecer extraño, se trata de una palabra con poco tiempo de vida. La palabra Philía, simplificadamente traducida por amistad, empieza a utilizarse habitualmente a finales del siglo V. AC. Fueron los griegos, con Aristóteles y Platón a la cabeza quienes la introdujeron en la vida política y quienes empezaron a usarla más como una herramienta, en vez de como un fin en sí misma.
Poco más tarde Epicuro, dándose cuenta en la fosa donde estaba cayendo la amistad y su importancia, la incluyó en su filosofía del placer de vivir, como un fin en sí misma, pues toda amistad es deseable por sí misma. Para Epicuro, de todos los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de una vida plena, el más grande es la adquisición de la amistad.
“No es amigo en que todo el momento busca su utilidad, ni el que nunca la une a la amistad. Porque el uno comercia con su favor la recompensa, y el otro corta al buena esperanza de futuro”.
“Efectivamente no sólo los amigos se entienden como dice el lema romántico, sino que los amigos se ayudan, se socorren en sus necesidades. Compadezcamos a los amigos, no lamentándonos sino ayudándolos de verdad”.
La mirada de Epicuro es la sublimación de la alteridad, el punto de referencia en el que adquiere un contenido más amplio y desinteresado el inevitable abismo humano que es el egoísmo. Parece absurdo pensar que afirmaciones como las anteriores deban de proclamarse ante la sociedad, pero aun hoy, tanto el concepto de amistad como el de muchas otras palabras se sigue utilizando con fines distintos a los de la propia palabra. Que como Epicuro, precursor en su día de tal afirmación afirmó, la amistad es un fin en si misma.
Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere.
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