Me pertenece. Transito por donde me sale de los huevos. Conozco todos los caminos y sus secretos. Me alimento de las vivencias acaecidas en cada rincón. En ella he besado, abrazado y amado; pero también he sido noqueado. Me pierdo únicamente para tropezar con nuevos lugares.
Sus tabernas me abastecen de mi ración diaria de mundo y me exhibo como la bestia que invariablemente he sido, soy y seré. Me demanda olvidar partes de lo aprendido pero me entrega sabiduría, frescura, nervio, solidez y potencia ilimitada. Sin sus arterias mis venas se corromperían. Me visto para ir a juego con ella.
Una vez consumidas las botellas de ginebra, cerveza y fernet; ya nada puede parar la orgía de humanidad. Tiene el pulso agregado de las miles de personas que la habitan. Las vibraciones de la música en directo que resuenan en sus callejones proporciona el ritmo adecuado de bombeo que mi corazón debe emplear. La cuido y la respeto como a mi propia casa.
La adoro porque en sus pasadizos rige la demonizada anarquía. Sus gentes se entienden no por obligaciones sociales o leyes que limitan su rango de acción, sino desde la libertad individual que todos tenemos y debemos querer explotar para evolucionar orgánicamente.
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