Como ocurre siempre que no tengo nada con lo que entretenerme y mientras veo los diferentes paisajes sucederse en el tren de Madrid a San Sebastián, mi mente empieza a naufragar en un sinfín de pensamientos tan descontrolados que de manera inmediata, me hacen recordar mi compleja adolescencia.
La vida es algo que pasa sin pena ni gloria. A partir de una edad debido a las responsabilidades que te han ido cayendo con la edad, vives para trabajar. Quizás por eso se hace más sencillo vivir de adulto que de joven. Sin embargo, al igual que la niña de rojo de La lista de Schindler, hay entidades que dan color a una vida insulsa.
Aunque contradictorio, los libros gastados por el uso de una librería aportan al lugar una frescura al entorno que parecen invitarte a permanecer ahí un largo periodo de tiempo. Incluso en el día más rutinario, el olor a café es capaz de evocar en una mente cansada, recuerdos que se creían olvidados; capaz de convertirte en vapor de agua y trasladarte a mundos tan lejanos como imposibles.
Otra de estas entidades es precisamente sobre la que voy a escribir hoy, las maletas. Las maletas no solo nos aportan una calidez impropia de un objeto cotidiano, sino que nos sugieren historias que jamás hemos vivido.
Fijémonos en esa persona que está sentada dos asientos a la derecha. Claudio ha entrado al vagón transportando con su mano derecha un discreto maletín. Tras sentarse, ha sacado un paquete de folios que rápidamente ha colocado en la mesa para su posterior lectura. Claudio finalmente se ha comprado ese coche que tanto ansiaba desde hace tanto tiempo. Solo hace falta ver su amplia sonrisa y la intensidad con la que mira a su alrededor. Ahora se encuentra leyendo y aprendiendo hasta la última característica de su nuevo automóvil.
Poco después, Elena entraba en el tren y se colocaba en el sitio que Claudio había dejado vacío dos paradas antes. Y no es difícil ver en los movimientos de Elena, llenos de emoción; que trae en su maleta una historia igual de emocionante. De su mochila de estudiante ha sacado un pequeño cuadernito de notas que usa a modo de diario. Y desde que ha entrado no ha parado de escribir.
Resulta que Elena se encuentra experimentando la sensación de lo prohibido. Tras jugar un partido de pádel con el hermano de un amigo, habían empezado a conversar y de la manera más tonta había surgido el amor. No es difícil ver en su mirada esa mezcla de miedo y emoción por el futuro que pocas veces en la vida se llega a sentir. Aunque se encuentra en pleno éxtasis de escritura, es incapaz de retener las ganas de mirar el WhatsApp y responder a sus mensajes con el Emoji de los ojitos con corazones.
Y como solo sucede en los sueños, en la última parada Elena le cedió el asiento a Olaia, la última protagonista. Olaia había crecido, estudiado y trabajado en Vitoria. Sin embargo, había decidido pedir la excedencia para embarcarse en una nueva aventura. De su discreto bolso sacó una carta que había recibido un par de años antes y en el tren, no podía parar de leerla en bucle. Al fin y al cabo, era la razón por la que se encontraba ahí.
No le pilló por sorpresa enterarse de que, en una de las casas de la zona más lujosas de Vitoria, habitaba una tía suya que ansiaba conocerla. Su vida familiar siempre ha sido compleja y nunca le ha acomplejado no tener un núcleo familiar grande. Sin embargo, desde que su padre se mudó a Santander a vivir con su nueva esposa, se había sentido más sola que nunca. ¿Qué había de malo en conocer a su tía? Al fin y al cabo, su madre ya no vivía y en la carta, parecía altamente interesada en conocerla. Y ella, se dio cuenta verdaderamente en ese momento, se moría de ganas.
Fue mientras la vi abrazarse con su tía a través del cristal que me pareció abrir los ojos. Y mientras el tren partía hacia su siguiente parada me quede pensando, ¿Todas esas personas habían realmente en algún momento estado en el tren? Lo hubieran estado o no me quede maravillado por las emocionantes historias que las personas pueden guardar dentro de sus maletas. Desde entonces, cada vez que veo a una persona con alguna, no puedo no pensar en las inimaginables y rocambolescas aventuras que custodiarán.
Quizá el tiempo no fue lineal, sino circular, en donde el pasado, presente y futuro confluyeron en en aquel viaje en tren :)
ResponderEliminarBuen texto. Saludos!!