Me encontraba tirado en el sofá, observando asombrado un partido de Rafael Nadal cuando una vez más, y sin previo aviso me encontré perdido en las profundidades de mi ser, buscando una respuesta a la pregunta que instantes antes me había golpeado en el pecho y que incrustada firmemente, amenazaba mis razonados ideales, mi modelada personalidad y hasta había llegado a cuestionar mi ética. ¿Por qué perdía tiempo de mi vida viendo deporte si en principio no me aporta nada de utilidad? Quizá para otras personas esta pregunta sea considerada inocente, tonta, fácil de digerir y de olvidar. Pero durante toda mi vida adulta he vivido conforme a lo que pensaba y ni ahora, ni en un futuro cercano o lejano, concebiré el vivir de otra manera, y es por ello que de esta pregunta tan tonta dependía mi futuro. Y ahí estábamos yo, la silenciosa noche, y Nadal dándole raquetazos a una pelota. No lo conseguí esa noche pero como suele suceder, la duda ya había sembrado en mí la semilla que po